Consuelo González Amezcua, Chelo Amezcúa, nació en Piedras Negras (México) en 1903, fue la tercera hija de Jesús González Galván y Julia Amezcua Sáenz. Cuando contaba diez años su familia emigró desde esta ciudad fronteriza al estado de Texas (Estados Unidos), debido a la acuciante falta de recursos de la familia.
Sus padres, ambos originarios de México, fueron maestros, pero Chelo solo pudo asistir a la escuela durante seis años. los González-Amezcua formaron una familia culta que compartieron momentos felices, en ella se contaban historias y fomentaron el gusto por la música, tocaban la guitarra y cantaban canciones infantiles como parte de la educación de la prole.
Chelo siempre acusó la falta de formación, por lo que en los años treinta, escribió al presidente de México, Lázaro Cárdenas, solicitando una beca para asistir a la Academia de San Carlos, beca que le fue otorgada, pero la muerte de su padre tres días después de haberle sido concedida, le impidió asistir. Vivió toda su vida en Del Río, trabajando en una tienda de caramelos, aunque se permitió algún viaje a su México natal. Nunca se casó y desde la muerte de su madre vivió con una hermana en la casa familiar.
La inquietud por el arte de Chelo no recibió mucha atención por parte de su familia, pese a su voluntad le fue imposible recibir la formación artística formal que tanto buscó, por lo que desarrolló un estilo y una visión personal, circunstancia que según especialistas es afortunada por no haber recibido demasiadas influencias que contaminaran su obra y que propiciaron su originalidad.
Como artista autodidacta fue completamente libre para explorar medios y métodos de dibujo tradicionalmente poco ortodoxos. Su herramienta preferida fue un humilde bolígrafo que se adaptaba perfectamente a sus necesidad expresivas: líneas finas, intrincadas y continuas sin temor a que la tinta corriera o se derramara y no pudiera controlar, con la ventaja adicional de ser un medio barato e inmediato. Más tarde, sin embargo, intentó trabajar con otros tipos de tintas y plumillas de artistas, pero los resultados no fueron de su agrado.
Dios creó los cielos y la tierra (1968)
En sus primeros trabajos se esforzó en el cartón blanco con bolígrafo negro, aunque poco a poco fue ampliando su paleta para incluir diferentes tintas de color en sus piezas. Durante los últimos cinco años de su vida, produjo dibujos de colores vivos, mientras también fue ampliando el campo de representación. Los detalles muestran que también incorporó lápiz para proporcionar un sombreado sutil, a veces con trazos visibles, y a veces combinando las marcas para crear un degradado suave.
A diferencia de muchos artistas que prefieren trabajar su composición a través de una serie de bocetos, cuando Chelo seleccionaba una imagen fotográfica comenzaba a reproducir las formas y figuras aumentando su tamaño, para luego complementarlas con fondos de detalles intrincados y decorativos arabescos de carácter visionario.
Amezcúa se aficionó a trabajar incansablemente en la noche, en cada dibujo solía emplear una media de dieciocho jornadas, compuestas de entre tres a cinco horas diarias. La artista definió su trabajo como “mental recordatorio” o “dibujo fundamental” ayudada por energías externas. Son obras descriptivas de naturaleza intuitiva y mística, como una creación de identidad singular, que revela una imaginación naturalmente fecunda enriquecida por la compleja interacción de las tradiciones culturales presentes a lo largo de la frontera entre México y Texas, especialmente durante la primera mitad del siglo XX que es la que Chelo representa.
El gusto de la mexicana por la historias antiguas y dramáticas le llevaron a dibujar muchas figuras legendarias sin distinción de su territorio de origen, así podemos encontrar referencias a México, Texas, España, Medio Oriente y África. Otros de sus temas preferidos, como aves, flores, museos, palacios y abstracciones geométricas también aparecen insistentemente en sus obras.
Mansión de pájaros y hadas (1975)
Mucha de su producción transmite un aura soñada de mundos ocultos y dimensiones superpuestas, que incorpora una sensación fluida y musical, que invita al espectador a moverse por el espacio de la composición como en los ritmos de la danza.
Chelo, la mujer que fue descrita por sus sobrinas como una persona alegre, optimista y vital, que no sólo dibujó sino que también disfrutó de la poesía, la música y la escritura, falleció a la edad de 72 años.
Pag. 55++
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