Nació en el pueblo de Chorley, en Lancashire (Inglaterra) en 1917. Desde pequeña enfrentó la existencia de dos mundos contrastantes y contradictorios. Por un lado, la disciplina autoritaria de una sociedad patriarcal y cruel, llena de reglas y convenciones absurdas y, por el otro, un mundo de libertad e imaginación nutrida por sus propias lecturas, por los cuentos celtas y las historias que contaban su madre, su abuela y su nana irlandesa. Ingresó en la academia Ozenfant de arte, en la ciudad de Londres y al año siguiente conoció a quien la introdujo indirectamente en el movimiento surrealista: el pintor alemán Max Ernst, a quien volvió a encontrar en un viaje a París y con quien estableció una relación sentimental.
Durante su estancia en esa ciudad entró en contacto con el movimiento surrealista y convivió con personajes notables del movimiento como Joan Miró y André Breton, así como con otros pintores que se reunían alrededor de la mesa del Café Les Deux Magots, entre los que se encontraban Pablo Picasso y Salvador Dalí.
En 1938 escribió una obra de cuentos titulada “La casa del miedo” y participó junto con Max Ernst en la Exposición Internacional de Surrealismo en París y Ámsterdam.
La posada del caballo del alba (Autorretrato) (1936-1937)
Previamente a la ocupación nazi de Francia, varios de los pintores del movimiento surrealista, incluida Leonora Carrington, se volvieron colaboradores activos del Freier Künstlerbund, movimiento subterráneo de intelectuales antifascistas.
Leonora Carrington tenía solo 20 años cuando conoció a Max Ernst en Londres. Entonces el pintor ya contaba con 47 años. La gran diferencia de edad, el hecho de que Ernst además estaba casado, así como sus posiciones surrealistas radicales hacían que esta relación no contara con la anuencia del padre de Leonora. A pesar de ello, la pareja encontró una casita de campo donde ambos produjeron una importante obra, incluido el autorretrato de ella “La posada del caballo del alba”. El avance nazi sobre Francia destruyó el idilio amoroso y artístico que Carrington y el pintor judío desarrollaron en la localidad francesa de Saint Martin d’Ardeche. Tras ser arrestado él por segunda vez, una atribulada Carrington viajó en coche a España, vía Andorra, para buscar en Madrid una salida para Ernst.
Las tentaciones de San Antonio (1946)
Según ella mismo manifestó al periodista Javier Martín-Domínguez de El País, en España se reconoció afectada por el “síndrome de guerra”, lo que le convirtió en una persona perturbada, físicamente disminuida y mentalmente debilitada.
Sufrió una violación múltiple en el parque del Retiro de Madrid, un grupo de fascistas aprovechando su soledad y la nocturnidad la abusaron repetidas veces. Quizá fuera eso, junto al destrozo de su vida personal que supuso la pérdida de Ernst lo que la ocasionó el desequilibrio…Pero fueron sus salidas de tono político en el Madrid del año cuarenta lo que llevo a las autoridades españolas, con el cónsul británico y con la aquiescencia de su potentado padre a encerrarla primero en un convento y después a trasladarla en coche al norte. Le administran tres veces al día el potente Luminal, además de una inyección en la espina dorsal: una anestesia sistémica. La entregaron, prácticamente convertida en un cadáver, al psiquiátrico del doctor Morales en Santander, donde fue atada de pies y manos, y medicada con cardiazol, un equivalente al electrochoque.
Medio año duró su encierro español, un episodio del que se negaba a hablar, según confesó cuando ya había cumplido los 90.
No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible: creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión. La magnitud de mi remordimiento hacía soportables sus ataques. No me molestaba demasiado la suciedad”.
El de Carrington puede inscribirse entre los casos de mujeres sometidas por haber ejercido su libertad sin límite. Gracias a la escritura exorcizó sus males en una autobiografía. En la clínica leyó a Unamuno e hizo horóscopos diarios para el doctor Morales, que acabo prendado de su inteligencia.
Y luego vimos a la hija del minotauro (1953)
De este período la pintora guardó una marca indeleble, que afectó de manera decisiva su obra posterior. A partir de este momento, André Breton se interesó por la histeria, la locura y otras alteraciones mentales y vio a Leonora como una embajadora de vuelta del «otro lado», una vidente, la bruja que regresaba del inframundo armada de poderes visionarios.
En 1941 escapó del hospital y pudo llegar a la ciudad de Lisboa, donde encontró refugio en la embajada de México. Allí conoció al escritor Renato Leduc, que la ayudó a emigrar. Ese mismo año contrajeron matrimonio y viajaron a Nueva York. Más tarde emigró definitivamente a México, país en el que la pintora restableció lazos con varios de sus colegas y amigos surrealistas en el exilio, que también se encontraban en ese país, tales como André Breton, Benjamin Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen y la pintora Remedios Varo, con quien mantuvo una gran amistad. También tuvo amistad con los artistas e intelectuales del momento como Diego Rivera, Frida Khalo y Octavio Paz.
Retrato de la difunta Ms. Partridge (1947)
En los ochenta Leonora comenzó a fundir esculturas en bronce, sus temas se refieren a las múltiples realidades que confronta la realidad de la vejez. Por otra parte tuvo un genuino interés por la alquimia y los cuentos de hadas con los que había crecido, interés que se percibe en su obra pictórica y escultórica.
Siempre luchadora por la liberación de la mujer, en los años setenta fundó el Movimiento de Liberación Femenina. Fue ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes, otorgado por el gobierno de México en 2005.
Leonora Carrington, artista rebelde y feminista precoz, falleció a los 94 años a consecuencia de una neumonía en la ciudad que la recibió como exiliada: Ciudad de México.
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