Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández, más conocida como Lola Mora, nació en 1866 en San Miguel de Tucumán, o El Tala provincia de Salta según otras versiones, en Argentina ambas poblaciones.
Su padre era un comerciante y hacendado de origen catalán, que en 1857 llegó a la localidad salteña de El Tala, un hombre de buena posición económica, que con el tiempo logró amasar una importante fortuna, pero insuficiente para llegar a ocupar un cargo privilegiado en la cerrada sociedad tucumana, posiblemente debido a que su madre tuvo un hijo natural de soltera. Lola fue la tercera de siete hermanos, cuando tenía cuatro años su familia decidió instalarse en la ciudad de San Miguel de Tucumán donde fallecieron sus padres cuando la artista contaba 18 años, pero los hermanos no quedaron a la deriva. La hermana mayor, que por entonces tenía 25 años, contrajo matrimonio dos semanas después de la muerte de sus padres con el ingeniero Guillermo Rücker, que en un principio se hizo cargo de los huérfanos.
En 1887 llegó a Tucumán para dar clases el pintor italiano Santiago Falcucci, por sus cualidades excepcionales Lola inició su formación en pintura, dibujo y se sintió especialmente atraída por el mundo del retrato; aprendió sobre el neoclasicismo y el romanticismo italiano, estilos que marcaron su obra. Muy pronto empezó a hacer retratos de personalidades de la sociedad tucumana con los cuales pudo auto financiarse.
Animada por el éxito, realizó un retrato a carboncillo al gobernador de Salta que, impresionado por su técnica, le encargó una colección de veinte retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853. Ya era en Tucumán una artista conocida cuando viajó a Buenos Aires en busca de una beca para perfeccionar sus estudios de arte en Europa, beca que le fue concedida.
Fuente de Las Nereidas» (1903)
Se instaló en Roma en 1897, aprendió a modelar terracota con el escultor Constantino Barbella y desde entonces decidió dedicarse de lleno a la escultura. En Italia se relacionó con los círculos artísticos y culturales, en los que fue muy respetada. La prensa argentina empezó a hacerse eco informando sobre sus trabajos, viajes por Europa, exposiciones y premios que recibía. Un autorretrato de Lola Mora, en mármol de carrara formó parte de la Exposición Universal de París de 1900 y ganó una medalla de oro.
Ese mismo año regresó a Argentina precedida por su éxito y recibió el encargo de realizar una escultura homenaje a Juan Bautista Alberdi, acordó en Salta la fundición de estatuas y relieves conmemorativos para el Monumento del 20 de febrero y ofreció al Ayuntamiento de Buenos Aires su proyecto más ambicioso: la Fuente de las Nereidas. LLena de proyectos e ilusión volvió a su estudio de Roma para trabajar y regresó a Buenos Aires en agosto de 1902 con los bloques de las estatuas que, al ser desembaladas, provocó un escándalo. La sociedad porteña de la época, con poca cultura clásica, consideró que aquellas esculturas que mostraban sin recato los cuerpos desnudos emergiendo triunfalmente de las aguas eran «licenciosas» y «libidinosas».
Mientras, en Europa, le ofrecieron realizar una estatua de la Reina Victoria que debía ser instalada en Melbourne (Australia) y del Zar Alejandro para San Petersburgo (Rusia), pero rechazó ambos encargos porque requerían adoptar la ciudadanía británica o rusa, respectivamente.
La Libertad (1904)
En Argentina le encargaron la realización de un busto del presidente Julio Roca, una estatua de Aristóbulo del Valle, una alegoría de la independencia, dos altorrelieves para la Casa Histórica de Tucumán y cuatro estatuas para decorar el nuevo edificio del Congreso Nacional, que representarían a presidentes del Congreso argentino, pero pese haberse instalado en la fachada, en 1915 el pleno del Congreso decidió desmontar sus obras a las que calificó de «adefesios horribles». El conjunto se dispersó entre cinco provincias. La Fuente de las Nereidas también fue desmantelada y destinada al ostracismo, acallando la intención de Lola Mora de exaltar a la mujer libre mostrando su belleza natural.
Hacia 1920 abandonó la escultura, iniciando otros proyectos que nunca prosperaron y que terminaron de arruinarla. Desahuciada y con su salud deteriorada, volvió a Buenos Aires bajo el cuidado de sus sobrinas, le costaba caminar, divagaba y perdía el conocimiento. Sufrió un ataque cerebral que la dejó postrada durante tres años.
Lola Mora falleció en 1936, habiendo destacada en espacios generalmente vedados a las mujeres de su época y fue la escultora argentina más halagada y discutida de los últimos años del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
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