Nació en 1968 en San José (Costa Rica). Su formación académica se inició́ a mediados de la década de los ochenta, en la Universidad de Costa Rica, una escuela de arte caracterizada por funcionar a partir de un modelo prácticamente decimonónico, fundamentado en el dibujo, la pintura y la escultura más tradicionales, donde difícilmente se podrían haber escuchado en sus pasillos las palabras performance, instalación o video, en relación con la práctica del arte.
Esto explica de alguna manera que Priscilla Monge se iniciara pintando, actividad que ha dejado de lado a partir de estos primeros esfuerzos. No obstante, sus primeras pinturas contenían el germen de una propuesta conceptual, en su manera de abordar los temas de la identidad sexual a través de referencias relacionadas con el deporte.
Tras su paso fugaz por la pintura, Monge continúa utilizando el formato bidimensional, pero comienza a utilizar textos por primera vez en sus creaciones. Expresa su preocupación por cuestiones de género introduciendo en la solución formal de sus obras una serie de alusiones a oficios y maneras (el bordado, por ejemplo) que todos identificamos con lo “femenino”. En una de sus primeras series “Las sentencias” se refiere a viejos castigos de la era colonial y postcolonial, que se aplicaban a las mujeres que desobedecían determinados preceptos de conducta.
La palabra es cosa de vida o muerte (2005)
Las sentencias marcan claramente el fin de una primera etapa de expresiones más tradicionales, e insinúa un camino más a tono con el arte conceptual ligado a las palabras y los textos.
En 1994 Priscilla Monge se traslada a Bélgica, donde comienza la disciplina diaria de anotar ideas, de llevar cuadernos de artista en los que se hacen anotaciones y bocetos para obras futuras. Muchas de las ideas que la artista desarrollará en la siguiente década, provienen de los cuatro años que vivió́ en ese país.
Lección de maquillaje (1998)
Priscilla se interesa en explorar la tercera dimensión. Para ello deja que salga a flote un tema que también le inquieta especialmente: el de la violencia, velada o abierta, de género o estructural. De este periodo data “Cállese y cante” que presenta en la VI Bienal de la Habana, en 1997. Utilizando elementos tan dispares como cajitas de música y cascos protectores para boxeadores, Monge logra afinar su discurso hasta lograr una síntesis en que la fragilidad y la brutalidad aparecen terrible y fatalmente amalgamadas, como si una no pudiera existir sin la otra. Es en esta obra en la que primeramente podemos reconocer uno de los ejes estilísticos más característicos de la obra de esta artista: el de la dualidad. Una dualidad ligada a la paradoja de la contradicción y que la artista va a explorar posteriormente de muchas maneras.
Hacia el año 2000, teas una incursión en el campo del video, la fotografía atrae su atención, concretamente con la de gran formato en las que los textos, que aparecen como sopas de letras o esgrafiados sobre tazas de café́, ironizan sobre el tema del arte: “el arte es cosa de vida o muerte”.
Karma revertido (1998)
Colección Museo Reina Sofía
Desde entonces, la fotografía ha sido su medio de expresión. En sus más recientes creaciones aparecen maniquíes femeninos que la artista ha maquillado de manera torpe, y en los que el colorete o el rímel se han corrido hasta el punto de caricaturizar estas figuras.
Priscilla Monge se ha convertido en un referente indiscutible para las nuevas generaciones de artistas en Centroamérica y el resto del continente americano. Una artista cuya “pizarra” personal pareciera decir: “no puedo dejar de decir cosas”.
http://es.artealdia.com/International/Contenidos/Artistas/Priscilla_Monge
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