Vera Mújina nació en 1889 en Riga (Letonia) en una familia comerciantes con buena posición económica. Su madre falleció por causa de tuberculosis cuando la niña tenía 2 años.
Preocupado por su salud, el padre llevó a Vera a Ucrania, donde creció y recibió sus primeras clases de dibujo y pintura. Siendo todavía muy joven, Vera perdió también a su padre.Por su iniciativa propia, la joven artista consiguió trasladarse a París donde recibió clases del reconocido escultor francés Emile Bourdelle (discípulo de Rodin). De él aprendió el gusto por el arte monumental.
La obra “El obrero y la koljosiana” apareció gracias al llamado “plan de la propaganda monumental” que en aquel entonces propuso Vladimir Lenin que se desarrolló en dos direcciones: la decoración de los muros y edificios con grandes letreros que servirían de propaganda para el régimen soviético, y la creación de un elevado número de esculturas de gran tamaño que representarían a los personajes más significativos de la revolución y expresarían sus ideas.
Gracias a este plan muchos escultores rusos tuvieron una cantidad considerable de encargos. Y aunque muchos pongan en duda el valor artístico de este proyecto, el plan de Lenin es de una indiscutible importancia histórica. Para hablar de las aportaciones artísticas de esta época, hay que tener en cuenta las limitaciones con las que se encontraban los autores. Por muy bueno y creativo que fuera uno, su trabajo se desarrollaba siempre bajo un control muy estricto del estado. Además, por falta de financiación muchos artistas tuvieron que trabajar con materiales baratos e incómodos como por ejemplo el hormigón. Muchas esculturas no llegaron hasta nuestros días y fueron destruidas por desgaste del material.
“El Obrero y la Koljoziana” (1937)
En estas condiciones tan complicadas Vera Mújina consiguió crear su magnífica obra “El obrero y la koljosiana”. La escultura fue creada originalmente para ser la pieza central del pabellón soviético (por el arquitecto Borís Iofan) de la Exposición Internacional de París de 1937. Después de ganar el concurso, en el que competió con otros dos grandes escultores de la época, Mújina pudo empezar el trabajo. Tenía que construir una pieza de casi 25 metros de altura en un plazo máximo de cuatro meses. Se empleó una técnica nueva, desconocida hasta entonces: placas de acero inoxidable sujetas a una estructura interior. Una gran cantidad de obreros asistieron en la obra, pero la artista no paraba de hacer cambios e intervenciones.
Mújina deseaba ver a los “chicos” – así llamaba ella cariñosamente a su escultura – tal y como los imaginaba ella. Sin embargo, el estado necesitaba tener la obra bajo su control. Los problemas se agraviaron cuando el director de la fábrica en la que se trabajaba la escultura envió una queja al gobierno. Se sospechaba que Mújina alargaba las obras a propósito, deseando provocar malas consecuencias para el estado.
«La llama de la revolución» (1922)
La escultura fue revisada hasta el fondo. Se sospechaba que en los ropajes de la koljosiana se escondiera el perfil de León Trotsky, en aquel entonces considerado el enemigo de la URSS. Se llegó a comentar, incluso, que el propio rostro del obrero recuerda a Trotsky. Hasta la bufanda de la koljosiana podría entenderse por algunos como una representación alegórica del gobierno soviético – una serpiente que es ahogada en la mano de la koljosiana. Sin embargo, Vera pudo concluir con éxito el trabajo e incluso convenció al gobierno que la bufanda era necesaria para el equilibrio de la pieza.
Para transportar al Obrero y la koljosiana a París, la escultura fue desmontada en partes. Pero durante el trayecto, hubo que despedazarla más aún, pues el tren tenía que pasar por un túnel más estrecho de lo esperado. Mújina escribía entonces en su diario que ver cómo parten en trozos a sus “chicos” era para ella una auténtica tortura.
Desde la distancia de los años miramos ahora a los “chicos” de Vera Mújina, la escultura más emblemática de la época soviética. Vemos una indescriptible fuerza contenida en estos dos cuerpos, un movimiento decidido y seguro, un corazón ardiente congelado en la estructura fría de metal.
«Queremos la paz» (1951)
Vera Mújina es un ejemplo de la mujer rusa, fuerte y auténtica, que a pesar de todas las dificultades que le repara la vida sigue de pie, firme y segura, igual que esta pareja de acero, levantando la cabeza y lanzando su mirada hacia el horizonte.
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