Kiki Smith nació en Nuremberg (Alemania) en 1945, pero muy pronto se trasladó con su familia a Nueva Jersey (Estados Unidos) donde se educó en un colegio católico. Hacia finales de la década de los setenta, la familia Smith se afincó en Manhattan, donde fue criada en un ambiente propicio para el desarrollo de las aficiones artísticas, su madre era cantante de ópera y su padre, el escultor minimalista Tony Smith, trató de inculcarle desde muy pequeña ese interés por el arte, compartiendo veladas en la casa familiar con artistas como Jackson Pollock, Mark Rothko o Richard Tuttle.
Escultora precoz, con pocos años y mucha imaginación elaboraba pequeños objetos en cartulina a modo de maquetas pensadas para futuras esculturas. En 1976, tras un breve paso por la Hartford Art School, decidió establecerse definitivamente en Nueva York, allí pudo desarrollar sus inquietudes políticas y sociales al integrarse en el grupo de artistas Collaborative Proyect (Colab), trabajando comunitariamente en los barrios marginales sobre la necesidad de hacer el arte más accesible.
En 1983 realizó su primera exposición individual en The Kitchen, siguieron otras en el Artists Space, Fawbush Gallery o en la PaceWildenstein Gallery y fue en esos años cuando comenzó a interesarse por el tema de la mortalidad y del cuerpo humano, sus órganos, fluidos y sistemas; al mismo tiempo, fue encontrando una equivalencia entre la delicadeza y la fuerza de los materiales, investigó sobre la fragilidad de la piel y la flexibilidad de algunos órganos viscerales de hombres y mujeres, trabajando sus partes de manera individual. También aprendió a representar gráficamente los efectos tóxicos internos y las huellas que causan las enfermedades, la culpa, la vergüenza o la humillación en el cuerpo humano. Por otra parte, no dejó de dibujar y sus obras en papel, entre traumáticos y poéticos, le valieron el reconocimiento internacional a finales de los años ochenta.
En los años noventa aumentó su discurso artístico y su relación física y simbólica con la sociedad, centrándose en la situación de las mujeres en la mitología, el folklore o la religión católica forjándose, desde entonces, una trayectoria única dentro del arte feminista.
Sin título (1992)
Su especial fijación en la figura del lobo, se convirtió desde hace décadas en un signo de su identidad, ya que lo utiliza como símbolo de la mujer salvaje, encontró esa figura en muchas narraciones feministas y culturales que representaban simbólicamente a mujeres que actúan instintivamente. Puso especial énfasis en las que aparecían mujeres y lobos en una misma escena, con ellas nos quiso sensibilizar sobre la idea de «Abrazando al Lobo Interior», el autoconocimiento y la autoaceptación que ella misma encontró en un trabajo de profunda introspección personal. En otras piezas se representa a la mujer como animal feroz, respondiendo a su naturaleza animal más básica. En las tradiciones culturales y narrativas, tales tipos de figuras operaban fuera de los límites de la sociedad y muchas veces eran vistas con sospecha e incluso con miedo, viviendo personaje marginales, incivilizadas, sin guía masculina, y por lo tanto peligrosas e incluso demoníacas, definiciones que podrían definir a las brujas.
Woman aith wolf (2003)
Kiki Smith es una de las personas más reconocidas en el mundo del arte a día de hoy y una de las artistas más prolíficas de su generación. Smith y otras de su época, como Barbara Kruger, Kara Walker, o Cindy Sherman, aparecieron al final de la segunda ola de arte feminista y encontraron nuevas formas de explorar los roles sociales, culturales y políticos de las mujeres.
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