Josefa de Ayala Figueira, más conocida como Josefa de Óbidos nació en Sevilla en 1630, cuando España y Portugal estaban unificados, está documentado que matrimonio de sus padres Baltasar Gómez Figueira y la sevillana Catalina Camacho Cabrera Romero se acordó en un plazo breve por el embarazo de la novia.
Posible retrato de Josefa.
«Retrato de una mujer joven de perfil» Sofonisba Anguissola
Del enlace se conocen documentos preparatorios, pero no su asiento fechado en 1629. Baltasar Gómez Figueira fue natural de Óbidos y perteneciente a una familia acomodada, marchó a Sevilla con intención de ingresar en la carrera militar, pero acabó ganándose la vida en el taller del pintor Francisco de Herrera el Viejo donde se ocupó de elaboración de las pinturas y preparar lienzos.
La pareja tuvo siete hijos, entre ellos una niña llamada Josefa, la niña fue bautizada en la iglesia sevillana de San Vicente. Francisco Herrera el Viejo ejerció de padrino. La presencia del afamado pintor podría explicarse por dos razones: o bien el padre de Josefa aprendía el oficio de pintor a sus órdenes y, por tanto, parece lógico que el maestro aceptara patrocinar a la primogénita de su discípulo, o bien Herrera el Viejo se encontraba entre las amistades del abuelo sevillano de la niña, un militar de alto rango.
Poco se sabe de la carrera artística en Sevilla del padre de Josefa, sólo que en 1631 superó la prueba para ingresar en el gremio. Los pintores Miguel Güelles, Francisco Varela y Jacinto Zamora lo juzgaron como “hábil y suficiente”, pero pese a su incipiente carrera a Gómez Figueira pronto se le torció la fortuna; llegó a ser encarcelado por deudas en 1633, asunto que obligó a intervenir como avalista al rico comerciante portugués Simón de Fonseca y Pina.
Esta situación desfavorable es la causa más probable para que decidiera abandonar Sevilla en 1634 con su mujer y dos hijas de corta edad, Josefa, de cuatro, y Luisa, de dos. En Óbidos cambiará la suerte de la familia.
Otras fuentes citan que el matrimonio regresó a Portugal a raíz de la restauración de la independencia nacional, pero en ambos casos Josefa permaneció seis años más en Sevilla junto a su padrino-maestro, teniendo así oportunidad de entrar en contacto con el mundo del arte y dar muestras tempranas de unas dotes pictóricas que fue desarrollando de manera autodidacta.
Transverberación de Santa Teresa (1672)
A los catorce años se instaló en Óbidos junto a sus padres. A los dieciséis, ingresó en el convento de Santa Ana de Coimbra, que abandonó a los 23 sin profesar, pero arrebatada por los textos de santa Teresa de Ávila “Hacía casi un siglo que la religiosa había muerto y, aunque nunca salió de España, su fama se había extendido a través de los conventos”. Tres años después recibió el encargo de realizar algunos grabados para una edición de los Estatutos de la Universidad de Coimbra. A estos grabados se debió su fama inicial.
San Juan Bautistas (1670-1675) colección particular
Según cita Javier Martín del Barrio en El País Semanal del 16 de enero del 2016 “Josefa de Óbidos pintó varios retratos suyos, siempre en una actitud sensual o mística. Fuera cual fuese el perfil elegido, no se olvida del detalle de dos pecas junto a sus labios. Josefa coincide con Teresa en la reivindicación de la mujer. En sus visitas a conventos por motivos profesionales, la pintora anima a las monjas a que, sin olvidar el rezo, también trabajen; fomenta las manualidades y la pastelería para que las religiosas consigan autonomía económica, al margen de las dádivas de los feligreses o de la superioridad eclesiástica. Josefa predicaba con el ejemplo; al emanciparse abandonó las miniaturas – gastaba material del padre– y se atrevió con los retablos religiosos, pues ella se pagaba los óleos y cobraba las piezas”.
En 1653 abandonó el convento, por causas que se desconocen, regresando a la casa paterna. Y, cosa completamente inusual para una mujer de su época, decidió dedicarse a la pintura profesionalmente y comenzó a recibir encargos de conventos e iglesias, como el monasterio de Alcobaça o en el monasterio de los Jerónimos de Lisboa, por citar algunos; así como encargos de retratos, entre ellos los de la familia real, circunstancia que sirvió para que su fama se viera rápidamente incrementada.
Cordero Pascual, (1660-1670) Museo regional de Évora
Con apenas treinta años, Josefa de Óbidos era ya una pintora consagrada, cuya producción ha superado a la de su padre, el también pintor Baltasar Gómez Figueira. Tanto es así que a la muerte de éste, ocurrida en 1674, la artista rechaza continuar con el taller de su progenitor. Con todo, la colaboración entre ambos es estrechísima como se descubre en los bodegones, género que introducen en Portugal.
La vida de la pintora constituye un caso ciertamente extraño en el siglo XVII, ya que nunca contrajo matrimonio, vivió rodeada de criados y de dos sobrinas, a las que pidió en su testamento que sus bienes estuvieran vinculados a un linaje femenino. Se desconoce exactamente en qué momento y bajo qué circunstancias ocurrió, pero ya en 1663 la pintora aparece en algún documento como “mujer emancipada”. Esta figura jurídica era equiparable a la viudez, la única que le permitía a una mujer realizar negocios, firmar contratos y hacer transacciones sin la vigilancia de un hombre, ya fuera padre, marido o tutor. No se sabe qué motivos económicos o afectivos están en el origen de esta independencia, pero sí su consecuencia artística.
Nos han llegado más de cien de sus obras entre las que merecen destacarse sus cuadros de flores y las naturalezas muertas que forman la serie llamada de los Meses”. En su producción, tanto estilística como temáticamente, marcó el estilo barroco portugués.
Murió en Óbidos en 1684, a los 50 años. Fue enterrada en la iglesia de San Pedro de esa localidad, siendo la más destacada artista de la segunda mitad del XVII portugués, y uno de los pocos casos de mujeres que destacaron en la pintura en toda la historia del arte universal de la edad moderna.
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