Nació en la ciudad de Buenos Aires (Argentina) en 1956, en una familia que propiciaba inquietudes culturales. Le apasionaba leer y dibujar en su infancia y adolescencia. Egresó de la Escuela C. Pellegrini, UBA, en 1973 donde tomó contacto con el arte contemporáneo y se entusiasmó por lo tridimensional, por lo que comenzó a asistir a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires en 1975. A finales de 1981, tras haber completado gran parte de la carrera, abandonó Arquitectura, para dedicarse sólo al arte.
Aprendió a tallar y expandió su visión de la escultura y desde 1981 envió obras a salones y concursos, como el Premio Arché del Museo Nacional de Bellas Artes y el Salón Nacional de Escultura de Argentina.
Desde entonces comenzó una trayectoria expositiva importante tanto individual como colectivamente hasta que la Fundación Antorchas de Argentina le concedió una beca para especializarse en arte público en Europa y Estados Unidos. A finales de 1998, después de un mes en Nueva York, viajó a Canterbury, Inglaterra, como artista en residencia del Kent Institute of Art and Design durante seis meses, en contacto con profesores y estudiantes de escultura. Se involucró en la actividad universitaria en varias áreas e investigó sobre arte público y viajó como artista en residencia a España en 2004 y 2010 por la Fundación Valparaíso. Allí cerca del Mediterráneo desplegó acciones artísticas y trabajos site-specific.
La materia tiene en Claudia Aranovich un efecto de seducción. A lo largo de más de treinta años se ha sentido motivada por sus apelaciones profundas, sus transmutaciones, su “memoria”, su contenido mágico o ritual. Es frecuente encontrar en sus obras raíces, semillas, brotes, caparazones, conchas marinas, fósiles, plumas, ramas, musgos… que dialogan con materiales industriales como yeso, vidrio o acero.
Futurama (2004)
También trabaja con la transparencia del material que da pie a una personal estética de la luz en la que se acentúa la presencia de formas que llegan al extremo de su desmaterialización. En este extremo se destaca Construcción sudamericana (2009), donde el mapa de América del Sur, configurado con papel, resina y leds, parece disolverse en la nada infinita.
Su espíritu inquisidor, que empezó a desarrollarse a principios de la década del 80, estuvo siempre abierto a nuevas experiencias promovidas por quienes fueron sus guías. También contó con el estímulo de becas –como las de la Fundación Antorchas o de la Fundación Pollock-Krasner- y de residencias en el Kent Institute of Art and Design, en Villa Montalvo (histórico espacio ubicado en el Silicon Valley), en Sculpture Space en Utica (estado de Nueva York) y en la Fundación Valparaíso de España. Estas diferentes experiencias fuera del país nutrieron su obra e hicieron que no tuviera una dirección lineal.
Marea Alta (2013)
En sus últimas investigaciones, Claudia incorpora nuevas tecnologías y la llevan a traspasar el ámbito del objeto tridimensional para asumir el riesgo del lenguaje plurisensorial de las artes combinadas. Marea Alta (2013) es fruto de ese riesgo. Se trata de una video instalación que conjuga el lenguaje escultórico de Aranovich, con el coreográfico de Margarita Bali y el musical de Gabriel Gendin. La obra consiste en la proyección de imágenes de seres humanos en movimiento dentro de esculturas de resina transparentes que remiten a formas orgánicas emergiendo de superficies acuosas.
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