Diana Raznovich nació en 1945 en Buenos Aires (Argentina). Sus abuelos paternos emigraron a Argentina desde la Rusia zarista en 1905, mientras que sus antepasados maternos llegaron de Viena en 1922. Su padre, Marcos Raznovich fue pediatra y su madre, Bertha Luis Schrager Rothschild dentista.
Diana estudió literatura en la Universidad de Buenos Aires y fue galardonada con la Beca de la John Simon Guggenheim Foundation.
Sus obras han sido representadas en distintos países europeos y americanos, novelista, poeta, pero en España es más conocida por su faceta de humorista gráfica. En Argentina publica en el Diario Clarín una página semanal de humor gráfico.
En 1976, durante la Dictadura militar argentina, con la desaparición de su primer esposo, Ernesto Clusellas, se exilió en España, donde permaneció hasta 1981. En 1983 se divorció de su segundo marido, Hugo Urquijo.
En 1986 participó del primer Mitominas: Mitominas I. Un paseo a través de los mitos, en la Ciudad de Buenos Aires, evento multidisciplinar considerado la primera exposición feminista que se realizó en el espacio del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires (hoy Centro Cultural Recoleta).
Mi madre era feminista y socialista, y me transmitió ambas visiones del mundo. Así que como la acompañaba a los mítines y reuniones, para mí fue algo natural, desde la infancia.
Regresó a España entre 1988 y 1993 y a Argentina entre 1994 y 2000. Participó del filme documental País cerrado, teatro abierto estrenado en 1990. En 2022 Raznovich realizó una exposición gráfica humorística en Palma de Mallorca. En una de sus viñetas criticaba el machismo del estamento judicial español. Ante las quejas del Tribunal Superior de Justicia de las Islas Baleares, el Gobierno balear tomó la decisión de retirar la viñeta de la exposición. Este hecho ha sido considerado como censura por la autora que reclamó su restitución y aseguró que haberla retirado “sienta un precedente peligroso”.
El humor no es inofensivo, tiene la misión política y filosófica de desarticular el establishment, lo dado como verdad inmanente. El humor tiene una velocidad que funciona para desenmascarar las solemnidades y vanalidades de los distintos poderes.
A mí como feminista me sirve para desenmascarar el machismo, que por cierto lleva múltiples y variadas mascaritas. El humor feminista escasea, el feminismo ha sido excesivamente serio en su afán de ser riguroso. Yo creo que al movimiento feminista le falta tomar por asalto el humor. Creo que crecería muchísimo en llegar a la gente, porque el humor encuentra siempre complicidades y es de impacto directo. Y por esa razón es popular. Los y las humoristas tenemos verdaderos fans, somos como estrellas de rock, y nuestros trabajos van a parar a las neveras de la gente, a sus despachos, a sus paredes. Y eso genera complicidad, que el feminismo no ha sabido utilizar.
Actualmente reside en Alicante.
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