Ceija Stojka


 

Nació en Kraubath (Austria) en 1933. Perteneciente a la etnia gitana llamada Lovari, una familia de extenso linaje de mercaderes de caballos oriundos de Hungría y afincados en Austria desde hacía varios siglos. Fue la quinta de seis hijos, hermana de Karl Stojka y Mongo Stojka, también escritores y músicos.

En las obras que retratan su vida anterior a la guerra, se pueden apreciar escenas coloristas, con elementos recurrentes presentes durante su infancia, como el carromato, las gallinas y caballos, o la omnipresencia de la naturaleza y sus ciclos. El toque rápido y enérgico de las pinceladas está al servicio de un estilo tan expresivo como narrativo. En ocasiones, espesa el pigmento con arena, reforzando la materialidad de la pintura y de su propio gesto.

Fue deportada cuando apenas contaba diez años junto con su familia, Stojka sobrevivió durante la Segunda Guerra Mundial a tres campos de concentración y dio cuenta de su experiencia cuarenta años más tarde, entre 1988 y 2012, cuando emprendió un intenso ejercicio de memoria mediante la escritura, el dibujo y la pintura.

Ceija Stojka. Esto ha pasado

En 1941, debido a un recrudecimiento de las políticas nazis —que por entonces ya incluían la discriminación laboral, formativa y de circulación de la población gitana—, el padre de Stojka fue arrestado y deportado al campo de concentración de Dachau. El resto de la familia vivió de forma clandestina, pero fue detenida en marzo de 1943 y deportada a Auschwitz donde se le destinó a la sección B-II-e, conocida como el “Campo de las familias gitanas”; a este campo le seguirían otros dos: Ravensbrück y Bergen-Belsen donde Ceija Stojka y su madre fueron liberadas por el ejército británico.

En algunas de las obras que corresponden a la estancia en los tres campos de concentración y exterminio, Ceija adoptan la perspectiva infantil con detalladas escenas que nos muestran primeros planos de botas militares cuya escala sobredimensionada se torna monstruosa,  también vistas áreas que bien podrían ser las ofrecidas por los cuervos que sobrevuelan los recintos, Auschwitz, o la mirada de un posible fugitivo o testigo impotente que observa desde el otro lado de las alambradas de espino.

Una vez liberadas, Ceija Stojka y su madre regresaron a Viena donde se reunieron con los hermanos supervivientes de la barbarie nazi. Los cielos coloreados de esa etapa recuerdan sus inicios, que dan sentido a lo absurdo y terrible de su experiencia. Tras los años de hambruna y penalidades, la artista pinta frutas, verduras y, sobre todo, girasoles, la “flor del gitano”, como escribe ella, símbolo de esperanza, de vuelta a la vida. En estas obras, está presente la virtud cristiana, esencial para la artista, y a la que alude a través de las numerosas representaciones de la Virgen María.

Tras la muerte de uno de sus hijos por sobredosis, Stojka decidió romper su silencio y dar cuenta de la experiencia traumática que ella a nivel personal y el pueblo gitano como colectivo han sufrido tiene un gran valor simbólico que ha servido además como revulsivo para impulsar el asociacionismo de la comunidad romaní de su país.

Sin título (sin fecha)

Durante 35 años la autora se autoimpuso un estricto silencio, que definitivamente rompió. Desde 1988 hasta el 2012, un año antes de su fallecimiento, hizo sin descanso hasta más de mil dibujos y pinturas, para hacer público un testimonio excepcional sobre el porrajmos (genocidio gitano) Actualmente una muestra de sus obras puede verse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía hasta marzo del 2020.

Extractado de:

https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/ceija-stojka

 


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