Marie-Guillemine de Laville-Leroux nació en París (Francia) en 1768 y se crió bajo el paraguas de una familia acomodada. René Delaville-Leroulx, un funcionario municipal de rango medio que, a diferencia del resto del mundo, gozaba de un buen sueldo y unas cuantas propiedades, ya que su bisabuelo fue alcalde de Nantes. Marie-Guillemine Benoist entendió que una de las pocas formas que tenía para salir de la intrascendencia de ser una mujer invisible y mantenida era la destreza estética. Y en ese camino avanzó a paso firme.

A los 13 años empezó a estudiar pintura. Primero con Élisabeth Vigée Le Brun (la pintora francesa más famosa del siglo XVIII) y luego con Jacques-Louis David. Se exigió ser la mejor, buceó por las rigurosas aguas de la técnica clásica, pintó retratos y usó la luz como lo hicieron los grandes maestros. Mientras permanecía afilando sus pinceles, Europa recibía una de sus grandes transformaciones: la Revolución Francesa.

Tenía 23 años cuando expuso por primera vez en el Salón de París. Corría el año 1791 y su producción era notable. En esa época pintó una de sus mejores obras “La inocencia entre el vicio y la virtud”. Hay un giro importante en la interpretación de los personajes. Es una evocación mitológica donde Hércules tiene que decidir entre la virtud y el vicio. En el cuadro del pintor italiano Paolo Veronese de 1580, Hércules es, desde luego, varón, y abraza a la Virtud mientras el Vicio intenta agarrarlo con fuerza, en esta obra Virtud y Vicio son figuras femeninas. Lo que hace Benoist es una destitución masculina para poner en el centro de la escena a la mujer. El vicio, en este cuadro, es el hombre, y es quien intenta tomarla. Pero la virtud es mujer y es con quien finalmente su Hércules, que también es mujer, se queda. Un pequeño gesto feminista. De esto también se compone la historia.

Benoist Innocenza.jpgVolvió a exponer en el Salón en 1800 «Retrato de una mujer negra» que es la más emblemática de su carrera y que suscitó un gran debates ideológico varios años después.

La inocencia entre el vicio y la virtud (1791)

Con la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, llegó la abolición de la esclavitud. Fue en la Convención Nacional de 1794. El contexto era fortuito para hacer una obra de este calibre, aunque la sociedad —sobre todo la alta sociedad, donde acontecía este arte— aún estaba atada a sus prejuicios más conservadores. De hecho, dos años después de que Benoist presentara esa obra, Napoleón restablece la esclavitud. La abolición fue definitiva en 1848.

En «Retrato de una mujer negra» Marie-Guillemine intensifica el color oscuro de la piel de la modelo en contraste con el fondo y la ropa como forma de remarcar su disidencia étnica. Por otro lado, la emancipación de los esclavos está teñida por un fuerte componente de clase, con lo cual la lectura clasista está. Y en tercer lugar, y en concordancia con el resto de su obra, la mirada feminista es inevitable: porque la modelo es mujer y es madre, y en ese universo donde el patriarcado es un sistema mucho más represivo de que lo es hoy, Benoist pinta, como si de un manifiesto se tratase, a una mujer libre. Ni más ni menos que una obra feminista, clasista y antiracista.

Retrato de una mujer negra (1800)

Benoist abrió su taller para introducir mujeres a la pintura. Ese fue su gran aporte a este mundo roto. Un año antes de ser proclamado Emperador de los Franceses, Napoleón Bonaparte le pide un retrato.

Marie-Guillemine Benoist estaba casada con Pierre-Vincent Benoist, un banquero y funcionario ascendente del nuevo Primer Imperio de Francia. Lo hizo, pintó a Napoleón, pero algo en ella se rompió. A partir de ahí, todas las banderas que levantó con alegría se desmoronaron.

La posición de poder de su esposo no maridaba con su estética crítica y sensible. ¿Qué hacer entonces? Después de largas noches de introspección, decidió, por el bien de su coherencia intelectual, dejar de pintar. Lo dijo en una carta fechada el 1 de octubre de 1814: «Mi corazón sangró».

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