Nació en Madrid en 1904 en el seno de una familia de artistas precursoras en la pintura, la escultura y la creación literaria, mujeres que gozaban de gran prestigio en el círculo intelectual madrileño de la época.

Aprendió a dibujar de la mano de su tía María Roësset (MaRo), disciplina que fue la base fundamental de toda su obra, sus dibujos realizados con apenas diez años ya sorprendieron por su depurada calidad técnica.  De sus catorce años se conservan, un bellísimo pastel a modo de autorretrato, y varias acuarelas en las que demuestra que ya dominaba también esa técnica, según cuenta la que más tarde fue su compañera Lola Rodríguez Aragón en el libro “La mujer en el arte español 1900-1984”.

Se formó académicamente en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, fue alumna de Fernando Álvarez de Sotomayor, José María López Mezquita y Daniel Vázquez Díaz y compartió aula con otras figuras que el tiempo reconoció grandes artistas como Salvador Dalí, Victorina Durán o Lucía Sánchez de Saornil, Marisa se especializó en el retrato y puso especial énfasis en el estudio de la pintura religiosa,  una decisión valiente ya que no era un género muy apreciado en aquellos momentos y aunque el retrato sí era muy considerado, el enfoque que impuso en sus obras ya demostraba ideas muy avanzadas para su época. Nunca perteneció a corriente artística concreta porque siempre buscó en la pintura su propia identidad como mujer y como creadora sin atenerse a cánones.

En su trayectoria artística recibió excelentes críticas que se publicaron en las más prestigiosas publicaciones como Blanco y Negro, El Sol, La Esfera, Crónica, El Imparcial, La Libertad, El Heraldo de Madrid, La Voz, La Época y Estampa entre otros. Fue premiada en la Exposición Nacional de 1941  con la medalla de segunda clase por su obra “La Anunciación”, pero a sus veinte años  también había sido galardonada con la tercera medalla por su “Autorretrato” en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924, en ese autorretrato se plasma a sí misma como una joven de estética moderna, con el pelo a lo garçon, mucha presencia y cuidado estilo. Estos galardones la llevaron a ser aceptada como Artista en el difícil mundo de la sociedad culta e intelectual.

La isla del tesoro (1928)

Vivió discretamente su condición de lesbiana en unos momentos en los que la homosexualidad, pese a no estar criminalizada, era tratada como una patología. En muchos de sus autorretratos se mostró como una mujer moderna, con una estética cercana al dandismo, alejándose y cuestionando los estereotipos femeninos de la mujer, mostrando la búsqueda de su propia identidad. Fue defensora de los derechos de la mujer a culturizarse y participar en el total de la vida pública española, predicó con el ejemplo y se convirtió en un referente femenino en el despertar de la mujer en la fascinante etapa que supuso el principio de siglo.

En 1927 expuso en el recién creado Lyceum Club Femenino de Madrid del que no existe constancia de que fuera socia; ni su nombre, ni el de sus primas aparecen en el ceso que elaboró Zenobia Camprubí. En aquellos momentos la institución, que avalaba el creciente feminismo, era muy criticada por los sectores más conservadores, encabezados por la iglesia y la prensa, aún así la exposición fue un éxito destacando especialmente por las críticas favorables de sus obras tituladas “Rezando el Rosario” y “Autorretrato”. Los pensamientos de aquellas mujeres que integraron el Lyceum Club sintieron superar muchos de los obstáculos con los que se habían ido topando a lo largo de sus vidas. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil y sus consecuencias dieron al traste con aquellos planes esperanzadores.

Pocos años más tarde, junto a la pintora alemana Gisela Ephrussi, expuso en el Palacio de Bibliotecas y Museos Nacionales de Madrid (actualmente Biblioteca Nacional) entre los que destacaron sus lienzos “Marinero Vasco”, “Hanny y Guki”, “Bolas”, “La Playa”, “Gitana” y otros dos autorretratos. Por esa época era ya una artista indiscutible en España y en 1929 se dio a conocer en otros ámbitos, concretamente en la Exposición Internacional de Barcelona con su obra “Reposo”. Pero Marisa no dejó nunca de sorprender y en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934 mostró su otra pasión, la pintura religiosa: su cuadro “Virgen”, una obra religiosa pero de una fractura rotundamente moderna, llamó la atención de los espectadores y críticos que vieron en esa generación por primera vez con rigor a las mujeres artistas españolas.

Roësset fue una pintora inteligente y una persona que, al igual que sus obras, rebosaba amor y alegría. Sus cuadros mantienen una depurada técnica, trabajó excepcionalmente el color con la base sólida de su dibujo que buscó, cuando así se lo propuso, escorzos y perspectivas exquisitas. En definitiva, el conjunto de su producción es brillante y llena de los valores de los que hizo gala toda su vida. Su obra forma parte de las colecciones del Museo de Arte Moderno de Barcelona, de la Escuela de Canto de Madrid y del Museo del Prado entre otras  instituciones.

Mujer de azul (1928)

Vivió su relación con la docente del Centro de Canto Lola Rodríguez Aragón prudentemente, si bien era un hecho conocido, pero  afortunadamente el franquismo ignoraba taxativamente el lesbianismo. El compromiso entre ambas quedó patente en el hecho de que a la muerte de Marisa el legado pictórico depositado en la casa-estudio que compartieron, pasó a ser propiedad de Lola. Marisa murió de cáncer en 1976 y poco después su compañera. Ambas descansan en la misma tumba en la Sacramental de San Isidro de Madrid.