Ana María Gómez y González nació en Viveiro (Lugo) en 1902, hija del madrileño funcionario del Cuerpo de Aduanas Justo González Mallo y de la viguesa Pilar González  Lorenzo. Por la disponibilidad del trabajo del padre los primeros años de la vida familiar transcurrieron entre Galicia y Asturias. Comenzó a formarse como artista en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés pintando paisajes y retratos familiares y es precisamente en Avilés donde realizó la primera exposición individual que fue muy bien acogida por la buena técnica que supo imprimir pese a su juventud.

En 1922 la familia se trasladó definitivamente a Madrid donde continuó su formación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando siendo la única mujer de ese curso que superó el durísimo examen de ingreso. De su época de estudiante surge la amistad con su compañero Salvador Dalí con quién frecuentó los ambientes culturales madrileños de vanguardia formando parte del grupo de jóvenes procedentes de la Residencia de Estudiantes donde se estableció el cuartel general junto a Federico García Lorca, Luis Buñuel o Pepín Bello, escandalizando con atrevidas obras de teatro o escuchando jazz.

La transgresión fue su consigna y se cuenta la anécdota que Maruja fue ganadora del un concursos de blasfemias. De esa época también viene su amistad con grandes mujeres que marcaron esa época:  Margarita Manso, María Zambrano y  especialmente Concha Méndez, con la que frecuentó lugares populares que dieron origen a obras de realismo mágico entre las que destacan la  serie “Las Verbenas” en la que expresó su tributo a la cultura no exenta de crítica social. Junto a Margarita Manso ideó la Performance “Sin sombrero” consistente en andar desde la Academia de Bellas Artes en la calle Alcalá hasta la Puerta del Sol sin el requerido tocado que distinguía su calidad de señoritas. Esto provocó insultos e improperios de viandantes, pero nació el “sinsombrerismo” que define todo el movimiento social que produjo la incorporación de las mujeres a un mundo cultural abierto y en vanguardia.Maruja_Mallo1

La verbena (1927)

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

En 1927 vivió una temporada en Canarias. Una obra representativa de esa época es La mujer de la cabra (1929),  que representa la disputa ideológica entre el espacio privado (la mujer burguesa en la ventana) y público como la nueva juventud que  rebosa fuerza, seguridad, salud y energía. También a esa época pertenecen sus Estampas, en las que rinde culto al deporte, un símbolo moderno de la independencia femenina, un fenómeno recién descubierto en los años 20. Apenas finalizados sus estudios en 1928, Ortega y Gasset la apadrinó con la única exposición de arte que organizó en los salones la Revista de Occidente en toda su trayectoria.

Gracias a una beca disfrutó de una estancia en París en 1932, allí pudo mostrar su serie Cloacas y campanarios (1932), caracterizada por la inquietud que provoca la muerte, lo onírico y lo escatológico por lo que su obra de esos momentos está encuadrada dentro del surrealismo figurativo. André Breton, la cabeza más visible del surrealismo literario, le compró un cuadro de esa serie: Espantapájaros que había realizado en 1931.

De vuelta en Madrid frecuenta al círculo de pintores de la que después se conocería como la Escuela de Vallecas. Además, en esta época Mallo se comprometió con esa especie de laboratorio político de la Segunda Guerra Mundial en que se había convertido la convulsa España de los años 30 y participó en las Misiones Pedagógicas, el ambicioso proyecto de solidaridad cultural de la Segunda República. Hasta 1936, cuando el comienzo de la Guerra Civil la encontró en Galicia. Desde allí partió hacia Portugal, gracias a la poeta chilena Gabriela Mistral, que por entonces era embajadora de Chile en Portugal.

Maruja_Mallo2En el exilio americano sus nuevas inquietudes su producción se centró en e la composición geométrica y su formalista impiden y las reminiscencias simbólicas. Obteniendo un notorio éxito, especialmente en Argentina donde formó parte de la sociedad más culta, llegando incluso a exponer individualmente en Nueva York. A lo largo de toda su vida y su carrera artística Maruja Mallo fue una creadora incombustible: además de a la pintura y al dibujo se dedicó a la escenografía, la cerámica e incluso la foto performance.

Mujer de la cabra (1929)

Colección Pedro Barrié de la Maza

Volvió a desde el exilio definitivamente en 1965 con la boca pintada de un color intenso en forma de corazón, melena a lo garçon y mirada desafiante. España ya la había olvidado, para invisibilizarla se había afanado el régimen franquista y la desidia de sus compañeros. Muchos desconfiaron de la verosimilitud de los testimonios de esta anciana estrafalaria, pero “la movida madrileña” reconoció en ella un símbolo de las poscultura del siglo XX que fue el motor impulsor para que a día de hoy tenga el reconocimiento que merece.