Marcelina Poncela Ontoria nació en Valladolid en 1864, fue discípula en la Escuela de Bellas Artes de Valladolid, de José Martí y Monsó y compaginó sus estudios artísticos con los de Magisterio.

En 1882, al quedarse huérfana de padre, se trasladó a Madrid donde completó sus estudios de Magisterio y en 1884 formó parte del grupo de las primeras seis mujeres que fueron admitidas, con un permiso especial del rey, para matricularse en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. El número de alumnas de esta escuela era muy reducido ya que, en el momento en el que Marcelina inició y terminó  sus estudios, tenían vedado el estudio de dibujo del natural, lo que les impidió poder realizar cuadros de historia y su representación de héroes y heroínas, que eran los que recibían el reconocimiento académico, una situación que era común en toda Europa.

Marcelina también fue la primera y única mujer que obtuvo la pensión de la Diputación Provincial de Valladolid en el siglo XIX para continuar sus estudios, por lo que remitió algunos trabajos a la Escuela de Valladolid, que fueron premiados en las exposiciones que anualmente ésta realizaba. La beca le procuró 540 pesetas en 1887 y 650, el siguiente año. En 1889 fue el Ayuntamiento vallisoletano el que la pensionó con 1.250 pesetas. Pero el nombre de la pintora es más conocida en Asturias y Aragón que en su ciudad natal, a pesar de que su obra “María Cristina y Alfonso XIII niño” siguen estando en las paredes de su Ayuntamiento, y que en la Academia de Bellas Artes de la Purísima se custodian varios de sus dibujos y óleos.

La capilla de la aldea (1886)

Asimismo, fue la única pintora que perteneció a la Colonia Artística de Muros de Nalón, una experiencia plenairista que se desarrolló a partir de 1884 en ese pintoresco lugar asturiano. En esta experiencia no sólo participaban pintores, sino que también lo hacían literatos y diletantes.  Marcelina estuvo en Muros durante tres veranos y su estancia fue muy positiva ya que realizó numerosa obra que presentó a concursos y certámenes porque, en esos momentos, únicamente se dedicaba a estudiar y a pintar.

Conoció a Enrique Jardiel Agustín, estudiante de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos y rápidamente congeniaron ya que les unían sus aficiones artísticas y literarias y el ser los dos algo bohemios. Se casaron en 1895 y tras su matrimonio firmó muchas de sus obras como “Poncela de Jardiel”. Tuvieron cuatro hijos, de los que sobrevivieron tres, uno de ellos fue célebre comediógrafo Enrique Jardiel Poncela.

A partir de su matrimonio sus veranos se desarrollaron en el pueblo aragonés de Quinto de Ebro, al que la familia acudía durante uno o dos meses y en los que se sentía feliz alejada de las clases y de las labores del hogar y se dedicaba a pintar. Era tal su vocación que incluso se olvidaba de comer cuando trabajaba.

¡No vienen! (1888)

Durante sus paseos descubría lugares que inmortalizó con sus pinceles y que son un documento histórico en la actualidad, ya que muchos de ellos han desaparecido porque en esta zona estuvo el frente del Ebro durante la guerra civil de 1936.

 

En la  Escuela Central de Maestras de Madrid, Marcela ejerció desde un plaza provisional y en 1898 la plaza salió a concurso, aunque fue apta para el puesto fue destinada a la Escuela Normal de Zaragoza. La vallisoletana tuvo que renunciar a su carrera profesional, debido a la obligada crianza de sus cuatro hijos. En aquellos momentos, la mujer tenía que vivir inexcusablemente en el domicilio del marido, que era su representante legal, administrador y propietario de los bienes gananciales e incluso de los que ella aportase con su trabajo, según el Código Civil de 1889.

Poncela participó en todas las Exposiciones Nacionales celebradas entre 1892 y 1915, obteniendo dos medallas y varias menciones de honor. Acudió también a las Bienales del Círculo de Bellas Artes y a la Exposición Internacional de 1892, donde obtuvo una mención.

Resultado de imagen de "marcelina poncela"Su producción artística es rigurosamente académica, por lo que siempre se advierte la gran técnica de su formación. Tuvo un gran reconocimiento, especialmente  como paisajista, aunque también lo tuvieron sus trabajos sobre la figura, el bodegón y los temas florales. En ellas el dibujo es siempre la base de sus composiciones al que acompaña la representación de la luz, del aire y de la atmósfera sin olvidar en ningún momento el uso de la perspectiva, buscando la verdad y la realidad.

El Boudoir o Dama en su tocador (1895)

En su último período su pintura fue esencialmente colorista. Son obras intimistas con un colorido simbolista, que nos remiten al regionalismo con el cierto sentido renovador que se dio en España entre 1906 y 1917. Fue el momento en el que, en el mundo artístico se puso de moda “lo español” que ya había anticipado unas décadas antes Gustavo Doré en 1874 con su obra “L’ Espagne”, con la narrativa romántica de su época, al igual que sus paisanos Theophile Gautier, Prosper Mérimée, Víctor Hugo, Alexandre de Laborde y sobre todo George Bizet y su ópera Carmen de 1875. Este sentimiento también se produjo en la arquitectura, pero entre los compositores nacionales, Falla, Albéniz y Granados realizaron composiciones que aún, en la actualidad, se identifican mundialmente con el alma española.

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