Alma Tapia Bolívar nació en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) en 1906. Fue hija del poeta y periodista Luis de Tapia Romero y de Pilar Bolívar Pieltain, nieta del científico Ignacio Bolívar Urrutia.
Recibió una formación pionera en la época, proveniente de los círculos institucionistas. Fue educada en el Instituto-Escuela de Madrid y destacó por ser una buena deportista, aficionada al fútbol –por influencia de su padre, fue socia del Madrid Fútbol Club y sobre todo al esquí, como miembro del Club Alpino Español.
Aunque no recibió una formación artística específica, pronto sobresalió como una brillante ilustradora y dibujante. Ella misma lo explicó en una entrevista que publicó Emilio Fornet:
Desde muy niña, tengo esta vocación por el dibujo. No he tenido nunca profesores. En realidad, no dibujo yo mucho… Cuando hay algún concurso me presento, casi por tener un motivo que me incite al trabajo… […] No hago arte ‘raro’ por moda… El cubismo ya casi ha pasado del todo. Pero mi arte es moderno, puesto que yo soy joven…”.
Cartel para la Compañía de Carmen Ortega
reproducido en Blanco y Negro, Madrid, 20 de julio de 1930, p. 8.
En efecto, su constancia como ilustradora en la prensa y su presencia en concursos y colectivas desde principios de los años 20 llevó a que la crítica reconociese un sello particular en sus dibujos y carteles. Las primeras colaboraciones de Tapia –que entonces firmaba como Almita Tapia– ilustraron una decena de cuentos infantiles escritos por su padre en 1923, publicados en el semanario satírico Buen Humor.
Ilustró cuentos infantiles de escritores como José Santugini (1930), Josefina Bolinaga (1933) y Elena Fortún (1934), formando parte de esa generación de ilustradoras como la célebre Delhy Tejero o Pitti Bartolozzi entre otras.
Los dibujos de Tapia fueron expuestos desde finales de los años 20 en eventos organizados por la Unión de Dibujantes Españoles (UDE), activa sociedad constituida en 1920 con el objetivo de divulgar la labor de su colectivo artístico tanto dentro como fuera de España en todo tipo de concursos y muestras. Así, Tapia fue una de las participantes en la exposición que la UDE llevó hasta Nueva York en mayo de 1927.
El teatro fue un ámbito que también la atrajo, tanto en lo concerniente al diseño de carteles como, ocasionalmente, en la escenografía –un ámbito en el que por estas fechas también trabajarían artistas como Victorina Durán o Maruja Mallo–, su primera colaboración en un espectáculo fue diseñar los decorados de la obra “Mecachis, qué guapo soy”, de Carlos Arniches.
La conciencia política de Tapia y su sensibilidad en la lucha por los derechos de la mujer es patente en distintas ocasiones. Su familia destacó por sus fuertes convicciones republicanas; no en vano, su padre, Luis de Tapia, fue elegido diputado independiente por Madrid el 28 de julio de. La actividad política independiente de Alma Tapia se manifestó contundentemente al ser una de las firmantes del Llamamiento por las Afiliadas del Partido Radical Socialista en septiembre de 1930. De acuerdo con los avances en materia de igualdad que comenzaba a impulsar la Segunda República, la sociedad española fue testigo paulatinamente de la apertura y consolidación de espacios consagrados a la labor de las mujeres, incluyendo los del campo artístico. La iniciativa fue muy aplaudida por los críticos.
Cartel Alistaos en las milicias aragonesas (1936)
Valencia, Litografía S. Durá socializada UGT-CNT
Centro Documental de la Memoria Histórica
La vida de la familia Tapia Bolívar cambió radicalmente con la sublevación que provocó la Guerra Civil española, la artista se trasladó a Valencia, donde continuó colaborando en misiones de propaganda y donde diseñó carteles como el titulado Alistaos en las milicias aragonesas, que publicó la imprenta valenciana S. Durá socializada UGT-CNT, en febrero de 1939 puso cruzar la frontera con Francia y se instaló en Perpiñán, para finalmente tomar un barco a Nueva York. Alcanzó la capital mexicana el 10 de agosto.
Durante aquellos primeros años del exilio en México, la familia Tapia se relacionó dentro del contexto de los refugiados españoles, allí comenzó a realizar viñetas e ilustraciones para algunas editoriales y libros de textos, una labor que se prolongó a lo largo de la década de los años cuarenta, con orientaciones que bascularon desde la línea de divulgación científica hasta la literatura española e internacional.
A pesar de las duras circunstancias, logró hacerse un hueco en el ámbito artístico español, primero, y en el de la ilustración mexicana después. Fue gracias a las tupidas redes familiares, personales y profesionales establecidas en el exilio, Alma se convirtió en una de las mujeres más inquietas que a través de su trabajo colaboró, en la medida de sus posibilidades, a difundir el vasto y valioso legado cultural de la España del primer tercio del siglo XX.
Alma Tapia falleció el 23 de octubre de 1993, a los ochenta y seis años de edad, y sus cenizas fueron depositadas en el Panteón Español de Ciudad de México.
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