Matilde Múzquiz Pérez-Seoane, nació en Huelva en 1950.
La trayectoria de Múzquiz estuvo ligada al arte parietal desde sus años de formación en la Facultad de Bellas Arte de la Universidad Complutense de Madrid. Fue premio fin de carrera por su tesis doctoral “El techo de los bisontes de la cueva de Altamira”, un estudio inédito sobre las pinturas de la cueva, que hasta ese momento solo había sido abordado por estudios prehistóricos.
En la Facultad de Bellas Artes ejerció como profesora titular del Departamento de Fotografía y conoció a Pedro Saura, con el que se casó y formó un equipo consumado en la reproducción de algunas de las manifestaciones más sobresalientes del arte parietal.
Matilde supo conciliar las tres actividades a las que se dedicó. La docencia, los trabajos de reproducción facsimilar de grandes paneles del arte rupestre y la pintura, una vocación que nunca abandonó, produciendo obra que puede catalogarse dentro del expresionismo abstracto, mientras que por otro lado, siguió trabajando como una gran retratista
Su gran aportación al conocimiento de la pintura rupestre emanó desde una perspectiva inédita. En su tesis doctoral abordó el análisis de la obra desde una inquietud artística. Su teoría contemplaba el hecho de que los restos óseos aparecidos en las cuevas no tenían como finalidad la alimentación, sino el empeño de la persona que realizaba el trabajo en poderse alumbrar mientras pintaba, utilizando los huesos como lámparas y los tuétanos como combustible natural.
Matilde Múzquiz, trabajando en las réplicas de Altamira. Fotografia edición impresa de El País, 27 de junio de 2010
Yo he intentado buscar el pensamiento del artista.
A principio de la década de los 90 grabó tres episodios para Televisión Española dedicados a Altamira. A raíz de este hecho, en 1994, acometió con Pedro Saura una réplica de 35 metros cuadrados del llamado techo de Polícromos de la cueva de Altamira por encargo de un parque temático japonés. Pero el reconocimiento definitivo se produjo con la inauguración en el 2001 del Museo de Altamira, y las reproducciones a escala natural de la llamada Neocueva como parte del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira. En ella hizo renacer los bisontes que dominan el cielo de la cueva original. Esas pinturas reproducidas milimétricamente fueron el resultado de treinta años de estudio y tres de trabajo intensivo.
Matilde Mùzquiz y Pedro Saura trabajando en la Neocueva (2001)
También trabajó en otras manifestaciones pictóricas de yacimientos como el de El Pendo, Fuente Salín, Las Monedas y Chufín, que ratificó cinco años más tarde, con la apertura al público del parque de la Prehistoria de Teverga (Asturias), en el que una cueva artificial reprodujo algunos de los mejores paneles de Altamira y de otras cuevas prehistóricas de Asturias y de Francia.
Su obsesión fue reproducir con exactitud no solo los trazos y el genio del artista de hace 15.000 años, sino ser fiel también a la técnica y a los materiales empleados en el paleolítico, recurriendo, como aquellos ancestros, al agua, carbón vegetal y a óxidos de hierro, aplicados generalmente con la mano, y paragonar además con extrema precisión el soporte de piedra, sus relieves y su textura para garantizar el efecto tridimensional y para que la pintura respondiera en las reproducciones con la misma plasticidad y efecto visual que sobre la roca de la cueva original. Su trabajo lo acometió desde un compromiso de lealtad y honradez, supeditando su propio talante y talento artísticos al del anónimo autor de las creaciones originales.
Tenemos la responsabilidad de ser transmisores de aquellas pinturas, expresar lo que hemos interiorizado de ellas a lo largo de nuestras observaciones y procurar eliminarnos a nosotros mismos.
Parque de la Prehistoria de Teverga (Asturias)
Matilde Múzquiz falleció en Madrid a los 60 añosa causa de un tumor pulmonar contra el que peleó en los últimos años.
Deja una respuesta