Isabel Villar Ortiz de Urbina nació en Salamanca en 1934, en el seno de una familia de clase burguesa acomodada. Fue la tercera de tres chicas y dos chicos. Pasó la infancia en su ciudad natal hasta que en 1941 su padre, Miguel Villar Rodríguez, ingeniero de montes, fue trasladado al distrito forestal de Ávila, por lo que la familia se trasladó a vivir allí, pasando los meses de invierno en Salamanca.

Comenzó a dibujar desde temprana edad. Tuvo su primer estudio en el pequeño espacio de la galería que le dejó su abuela Ana Mirat en su casa de la Plaza Mayor de Salamanca.

Tras sus estudios en San Eloy, donde obtuvo los Premios de Pintura y Dibujo, se trasladó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid, en 1953 donde completó su formación. El salto a Madrid supuso un cambio radical en su vida. Allí conoció y se integró en el grupo conocido como el de «La Cepa», donde coincidió con el que con el tiempo se convirtió en su marido, Eduardo Sanz.

En 1958 expuso de forma individual por primera vez en la sala Miranda de Salamanca y participó en la Novena Exposición de Arte organizada por el Casino de Salamanca.

En el verano de 1963 contrajo matrimonio y se trasladan a vivir a Santander, ciudad natal de Eduardo. Un año después, el 20 de julio de 1964, nace Sergio, único hijo del matrimonio. En 1967 abandonan Santander, instalándose definitivamente en Madrid.

Luz de luna (2020)

(Galería Fernández-Braso)

En mayo de 1970, participó en una muestra colectiva con la que se inauguró la madrileña Galería Sen y en esa misma galería, la pintora realizó en 1971 su primera exposición individual en Madrid, que supuso no sólo su revelación artística sino también el momento a partir del cual marcó su propia senda y dio a conocer su personal mundo pictórico.

La mujer, en solitario o acompañada de otros personajes, es con frecuencia la protagonista fundamental de sus cuadros. Son «mujeres libres» señala la artista cuando explica su obra. Sus cuadros generalmente tienen como escenario espacios abiertos, jardines verdes. Pese a su apariencia feliz y apacible, esos edénicos jardines por los que pasean sus mujeres o en los que posan retratos familiares junto a animales selváticos, que tienen un halo de misterio y encantamiento, creando un ambiente inquietante y enigmático.

Algunos sectores de la crítica han calificado su pintura como naif, una clasificación que la pintora rechaza de pleno: «naif es el señor que nunca ha estudiado pintura, y se nota. Yo te puedo hacer unos retratos si quiero. No soy naif.» señala reivindicando su dominio y conocimientos técnicos y sobre todo, la intencionalidad y contenido poético, lúdico y crítico de su obra.

Verano (2017)

Villa reivindica su visibilización como mujer pintora… «lo tuve yo muy claro, porque en mi época las mujeres que pintaban firmaban con la inicial y el apellido, para disimular que eran mujeres. Si se llamaba por ejemplo Matilde Fernández, pues firmaba M. Fernández. Se escondían. Incluso yo firmé varias cosas I. Villar. En un momento me dije, nada de eso, yo soy Isabel Villar, soy una mujer y punto. Y hasta ahora» explica en una entrevista en 2018. Su obra se engloba en la crítica social, pero sirviéndose de un lenguaje en apariencia inocente para denunciar de forma perversa.

En el año 2012 su obra fue incluida en la exposición Genealogías feministas en el arte español comisariada para el museo MUSAC de León por Juan Vicente Aliaga y Patricia Mayayo. La obra de Villar está en una veintena de museos y colecciones españolas, desde el Reina Sofía, la Biblioteca Nacional, o la colección de su marido Eduardo Sanz en el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor, Santander

https://es.wikipedia.org/wiki/Isabel_Villar