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Josefa Sánchez Díaz nació en Sevilla en 1929. Su padre murió de una peritonitis cuando Pepi apenas tenía dos años de edad. Ante esta situación, junto a su madre y hermana se mudaron a la casa de su tía Concha, que estaba casada con un italiano, Ernesto de Micheli Rivaro, que trabajaba en el Consulado italiano de Sevilla.

La pareja no tenía descendencia, por lo que “adoptó” a las dos niñas como propias, involucrándose totalmente en su educación. De moral estricta y anticuada, el italiano era contrario a la idea de que las niñas asistieran al colegio, prefiriendo proporcionarles una educación privada. Para ello contrató a una única profesora, que asistía a la casa todos los días. Este aislamiento y el poco contacto con otros niños, dejaron a Pepi con ganas de jugar y alargar su infancia, tal y como desarrolló en su obra.

Micheli desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la vocación pictórica de las dos hermanas. Gran amante y conocedor del arte de su país, les hizo apreciar, admirar y amar las grandes obras de la pintura italiana desde muy pequeñas, por lo que ambas decidieron ser pintoras.

Ingresó con tan solo doce años en la Escuela de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla, pero dada su edad, necesitó una dispensa especial del Ministerio de Educación Nacional. Allí, como evidenciaron sus calificaciones y premios, el profesorado quedo cautivado por las dotes de Pepi.

Eva, chica y temerosa, en un difícil momento de su vida (1994)

Frente al tradicionalismo dominante, la joven se posicionó hacia todo lo que significara renovación y modernidad, y una vez acabada su formación rompió con el academicismo oficial y pasó a integrarse activamente en el grupo de vanguardia “Joven Escuela Sevillana de Pintura y Escultura”. Fue gestando su particular estilo, fácilmente reconocible a pesar de mantenerse en continua evolución. Con una marcada imaginación, fue llenando sus obras con personajes fantásticos y legendarios, con paisajes increíbles y oníricos como si de un manual para interpretación de sueños se tratara.

En su repertorio iconográfico abundan ángeles, niños, brujos, animales fantásticos, princesas, personajes legendarios, habitantes de paisajes y arquitecturas imposibles que tienden a transportarnos al lugar común de los recuerdos de la infancia y de los buenos sueños. Pero también encontramos a feministas reivindicativas, príncipes azules despreciados, cariátides cansadas de serlo, estrellas que se apagan… todos ellos como personajes que no dejan de ser críticos y contundentes.

En 1958 se casó con el escritor sevillano Manuel García Viñó. El matrimonio, en busca de aires más modernos, decidieron trasladar su residencia a Madrid y en la capital Pepi fue madre de dos hijas y tres hijos en muy pocos años. Es evidente que la maternidad fue el detonante que marcó un antes y un después en su iconografía. A partir de 1959 su mundo se hace más personal y creativo. Aparecieron los personajes oníricos y comenzó su labor de ilustradora. Fue asidua colaboradora de La Estafeta Literaria, entre otras, y en 1966 ilustró la “Historia y Antología de la Literatura Infantil Iberoamericana” de Carmen Bravo Villasante para la Editorial Doncel.

Catedral sostenida, precariamente, por animales transgénicos (1991)

En 1965, jugando con sus hijos, descubrió a las piedras como nuevo soporte de sus fantásticos personajes. Primero trabajó con cantos rodados procedentes de los lechos de los ríos. Más tarde, cuando sus composiciones se fueron barroquizando, lo hizo con piedras calizas de complicadas y tortuosas formas encontradas en la provincia de Guadalajara.

En el 2010 detectan a Pepi una grave enfermedad pulmonar, como trabajadora constante e incansable, pintó hasta pocos días antes de su muerte, ocurrida en el 2012 en Madrid.

http://www.pepisanchez.es/

https://es.wikipedia.org/wiki/Pepi_S%C3%A1nchez