María-Antonia Montoya nació en 1887 en San Ildefonso Pueblo, una reserva india de la tribu Tewa, ubicada en el condado de Santa Fe en el estado de Nuevo México (Estados Unidos). Se desconoce la fecha precisa de su nacimiento, pero se estima alrededor de la década de 1880.

Se inició en el universo de la alfarería desde muy niña, gracias a la influencia de su abuela y de su tía, desarrollando grandes habilidades con la arcilla y la cerámica. En ese tiempo comenzaron a comercializarse piezas de estaño españolas y de esmalte anglosajón, que hicieron que la creación de objetos de barro fuera menos necesaria a nivel doméstico. Los utensilios de cocina que eran fabricados con estaño y esmalte, resultaron tener un costo mucho más económico que el de la cerámica y sus resistencia al calor y a los golpes también fue notoria.

Con todos esos inconvenientes Montoya debió ser persistente en su vocación y evitar perder todo el potencial que tenía por revelar. La cerámica tradicional estaba en serio riesgo de extinción, pero junto a su esposo Julián Martínez y otros miembros de la familia estudiaron los estilos tradicionales de los pueblos indígenas y sus técnicas, para crear piezas que reflejaran el legado de los indios, creando arte y artesanía.

María, cuya piel mestiza ya develaba los orígenes de su sangre, que ella misma acentuaba con el vestuario nativo, que acostumbraba a utilizar, le otorgaron en general el aspecto de una autentica mística, provista de unos conocimientos milenarios que evidentemente tomaron forma en sus obras.

María trabajando (sin fecha)

Aquella sabiduría que la caracterizó durante toda su vida, tuvo una carrera brillante con una amplia producción de vasijas, cuencos y tinajas que evocaban los tiempos ancestrales y vírgenes de lo que es hoy en día Nuevo México. Con la ayuda de su esposo, un pintor indio americano, montó el taller artístico. Mientras ella se hacía cargo del torno y la cerámica, él lo hizo del diseño dibujando y trazando sobre las piezas, lo que permitió ofrecer un trabajo profesional y único en su tiempo.

Su rigurosa labor de investigación resultó tan reconocida que durante las excavaciones arqueológicas que se realizaron en un pueblo próximo a San Ildefonso durante los años 1908 y 1909, fue solicitada para realizar réplicas de las obras de cerámica prehistóricas que allí se descubrieron.

María Montoya Martínez fue contratada por el Museo de Antropología de Nuevo México, además obtuvo cuatro doctorados honoris causa otorgados por diferentes universidades, recibió también el Medallón de Artesanía concedido por el Instituto Americano de Arquitectos y Palmas Académicas de Francia.

La historia del arte de la cerámica tiene sus grandes iconos y María Montoya Ramírez alcanzó un honorable puesto en esa lista debido a su buen oficio. Sus piezas, llenas de magia inspiradora, son un alarde de su riqueza histórica, representan hermosamente un pasado mítico y universal, y que se han convertido en un testamento único para las generaciones futuras.

Sin título (aprox. 1945)

Colección Young Museum de San Francisco

Uno de los aspectos más fascinantes de la obra de ciertos artistas es su condición de convertirse en un espejo reflexivo de un legado y ese es el caso de María Martínez. Creó un importante proyecto que además de tener un profundo atractivo cultural, también lo es en el artístico. Además, compartió sus conocimiento por medio de numerosas clases teóricas y talleres, unos secretos que supo dar continuidad por medio de sus familiares y sus hijos.

Al fallecer en 1980, su influencia fue tan intensa que desde entonces la industria alfarera de San Ildefonso se vio muy estimulada y a día de hoy es un foco importante de su desarrollo económico.

https://en.wikipedia.org/wiki/Maria_Martinez